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La diferencia como oportunidad: discutamos menos y dialoguemos m??s

Comprender los mecanismos de la polarizaci??n es??el primer paso para recuperar la confianza y volver a??imaginar un futuro compartido.??

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Polarizaci??n

Polarizaci??n Foto: iStock. Anton Vierietin

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En Valiente es Dialogar nos convoca una pregunta dif??cil y urgente: ??podremos salir de la polarizaci??n en Colombia? O, dicho de otra manera, ??podremos hacer de la diferencia una oportunidad para imaginar un futuro com??n?
Durante los ??ltimos a??os hemos escuchado, en todos los tonos posibles, que el pa??s est?? dividido. Y esto no es bueno, porque la polarizaci??n no es apenas una l??nea que separa opiniones, sino un clima emocional que erosiona los v??nculos, que nos hace mirar al otro con sospecha y nos encierra en burbujas donde la empat??a se marchita.
Hablar de polarizaci??n no es hablar de ???ellos y nosotros???, sino de los mecanismos ???sociales, culturales y psicol??gicos??? que dificultan la convivencia democr??tica en una sociedad.

Polarizaci??n al alza

Nuestra m??s reciente Encuesta Nacional sobre Polarizaci??n en Colombia (2025), elaborada con el Centro Nacional de Consultor??a, confirma una tendencia inquietante: Colombia se ha polarizado m??s r??pidamente que el resto del mundo y de la regi??n, alcanzando niveles particularmente altos.
Baste con se??alar que el 84 por ciento de las personas encuestadas considera que el pa??s est?? polarizado, y tres de cada cuatro perciben esa divisi??n en su entorno cercano. Cuatro de cada diez afirman que la polarizaci??n ha llegado incluso a su familia.
Lo que antes era un desacuerdo pol??tico hoy es una forma de relaci??n cotidiana. Discutimos m??s, pero escuchamos menos. Y cuando la conversaci??n se convierte en una trinchera, la palabra deja de ser un puente para convertirse en muro.
La encuesta realizada este a??o abarc?? a m??s de mil personas en 119 municipios. Quisimos mirar la polarizaci??n no como un fen??meno abstracto, sino como una experiencia que se vive en las calles, en los hogares, en las redes y en las instituciones. Medimos niveles de autoritarismo, apertura al cambio, percepciones sobre los otros, temas que dividen o que unen, y la manera en que el lenguaje moldea nuestra relaci??n con la diferencia.
Los resultados son elocuentes. La mayor??a de la gente percibe la pol??tica como un espacio roto, habitado por ??lites incapaces de llegar a acuerdos sobre los grandes retos nacionales. M??s que como un ??mbito de soluciones, la pol??tica se ve como una fuente de conflicto que deteriora la vida colectiva y mina la confianza.
Aun as??, la paradoja es clara: el 93 por ciento se declara optimista frente a su vida personal, mientras que la mitad cree que el pa??s va por mal camino. Somos una sociedad esperanzada en lo individual y desesperanzada en lo colectivo. Es como tener un coraz??n que late con fuerza en un cuerpo social debilitado.
La mayor??a se reconoce como alguien que act??a por motivos nobles ???la familia, la estabilidad, la seguridad???, pero cree que los dem??s lo hacen movidos por intereses ego??stas o pol??ticos. Esa brecha entre c??mo nos vemos y c??mo vemos al otro alimenta la desconfianza, y la desconfianza es el combustible de la polarizaci??n. Como advierte Axel Honneth, cuando el reconocimiento mutuo se quiebra, las sociedades pierden su ???pegamento moral???.

Autoritarismo y miedo

La encuesta tambi??n revela una inclinaci??n marcada hacia valores de orden y disciplina por encima de la autonom??a. El 66 por ciento considera m??s importante que un ni??o respete a los adultos que sea independiente, y el 63 por ciento apoya la militarizaci??n de las ciudades como respuesta a la inseguridad.
Estos datos sugieren una preferencia por soluciones de fuerza frente a la incertidumbre, lo cual abre espacio a discursos autoritarios que prometen control donde hace falta confianza.
El fen??meno no es exclusivo de Colombia. Jennifer McCoy ha mostrado que la polarizaci??n extrema genera ???equilibrios negativos??? donde el miedo reemplaza la deliberaci??n y las identidades pol??ticas pesan m??s que los problemas reales. En nuestro caso, esta din??mica ha convertido el desacuerdo en una identidad. Ser ???de un lado??? u ???otro??? pesa m??s que las razones que nos llevaron all??.
A esto se suma una baja disposici??n a cambiar de opini??n: solo una de cada cuatro personas afirma que estar??a dispuesta a modificar su postura ante nuevos argumentos. El 73 por ciento mantiene la misma posici??n pol??tica desde hace tres a??os. Discutimos m??s, pero aprendemos menos. Y cuando nadie escucha, el di??logo se vuelve imposible.

El espejo del lenguaje

El lenguaje es el espejo m??s n??tido de la polarizaci??n. El 84 por ciento cree que los l??deres pol??ticos dividen m??s de lo que unen; el 74 por ciento considera que los medios contribuyen al problema; y el 81 por ciento se??ala que las redes intensifican el lenguaje agresivo.
La palabra, que deber??a servir para comprender, se ha transformado en marcador de identidad. Lo que antes era un argumento ahora es consigna. Lo que antes era una diferencia, hoy es estigma. Etiquetas como petrista o uribista se usan de forma despectiva por la mitad de la poblaci??n, y el 63 por ciento reconoce haber compartido afirmaciones generalizadoras sobre pol??ticos o empresarios.
Estamos ante una normalizaci??n de la hostilidad. Como advierte James Druckman, la polarizaci??n se profundiza cuando las palabras dejan de explicar y pasan a atacar; cuando el lenguaje deja de ser una herramienta para entendernos y se convierte en un arma simb??lica que divide.
Pero el lenguaje tambi??n puede ser salida. El 95 por ciento apoya la educaci??n en comunicaci??n no violenta, y el 76 por ciento cree que es posible reducir la polarizaci??n cambiando la forma de conversar. La ciudadan??a reconoce el problema y quiere ser parte de la soluci??n.

Una ???policrisis???

En Colombia, la polarizaci??n no es solo pol??tica: es relacional. Las personas no est??n divididas solo por lo que piensan, sino por la desconfianza hacia quienes piensan distinto.
Las tensiones ideol??gicas se entrelazan con fracturas sociales, territoriales y culturales, creando un entramado donde el otro deja de ser interlocutor para convertirse en enemigo.
Lo que est?? en juego, como han mostrado Honneth, Taylor y Fraser, es una crisis de reconocimiento: la dificultad de mirar al otro sin prejuicio. Esa falta de reconocimiento erosiona la convivencia y transforma el desacuerdo en negaci??n.
Desde Valiente es Dialogar hemos visto que esta crisis se expresa en todos los niveles: en la pol??tica, en las conversaciones familiares, en los medios, en los trabajos y en los entornos digitales. La polarizaci??n se cuela en donde se construye la vida diaria. No solo discute la naci??n: discuten las parejas, los amigos, los colegas. Y cuando el conflicto se vuelve personal, la democracia se debilita.

El costo de la fractura

El 86 por ciento considera que la polarizaci??n ha debilitado la confianza entre los ciudadanos, y el 70 por ciento cree que ha reducido la capacidad del Gobierno para tomar decisiones.
Ocho de cada diez persona la asocian con un efecto negativo sobre la seguridad y la construcci??n de paz, y m??s de la mitad percibe un aumento de la discriminaci??n social y econ??mica.
La polarizaci??n no es un fen??meno ret??rico: tiene consecuencias reales. Deteriora la cooperaci??n, paraliza la acci??n p??blica, destruye la empat??a y socava la gobernabilidad.
Delia Baldassarri se??ala que las sociedades no se despolarizan eliminando las diferencias, sino aprendiendo a tramitarlas de forma constructiva. Esa es la tarea: transformar el conflicto en oportunidad.

Se??ales de esperanza

A pesar del diagn??stico, hay se??ales alentadoras. La sociedad colombiana conserva un capital emocional enorme. Ese 93 por ciento que sigue creyendo en su vida y en su futuro es una reserva de esperanza. Como recuerda Jennifer McCoy, incluso en contextos profundamente divididos, las sociedades pueden salir del ???equilibrio negativo??? si encuentran formas de cooperaci??n que reduzcan la amenaza.
Ese es el punto de partida: fortalecer los v??nculos locales, recuperar la confianza interpersonal y reconstruir narrativas de pertenencia compartida.
La polarizaci??n se gesta en las relaciones, y en las relaciones puede comenzar a revertirse. En Valiente es Dialogar hemos visto que cuando se crean espacios seguros y sostenidos, donde las personas pueden hablar sin miedo al juicio, emerge algo poderoso: la posibilidad de reconocerse en el otro.
Hemos visto campesinos conversar con empresarios; l??deres religiosos con defensores de derechos humanos; j??venes con excombatientes. En esos encuentros, la diferencia deja de ser amenaza y se convierte en aprendizaje.

Del choque al encuentro

La polarizaci??n no es un estado: es un proceso. Nace de emociones ???miedo, rabia, desconfianza??? pero puede transformarse a trav??s de nuevas experiencias de relaci??n. Por eso insistimos en que el di??logo no es una t??cnica, sino una ??tica. Una ??tica que recuerda, como dice Druckman, que la democracia no se mide solo por la fortaleza de sus instituciones, sino por la calidad de sus conversaciones.
Volver a conversar no significa buscar unanimidad ni diluir diferencias. Significa aprender a disentir sin romper el v??nculo. Como plantea John Paul Lederach, se trata de recuperar la ???imaginaci??n moral??? que permite ver al otro como parte de un mundo compartido, incluso cuando no comparte nuestras ideas. Desde esa perspectiva, dialogar es una forma de cuidar la democracia. Una sociedad que no conversa se fragmenta. Y una sociedad fragmentada pierde su capacidad de construir futuro.
Salir de la polarizaci??n no depende solo del Estado ni de los liderazgos pol??ticos. Depende de todos. Empieza en los barrios, en las escuelas, en las universidades, en las empresas, en las comunidades religiosas, en los medios, en las familias. Y comienza cuando decidimos escuchar antes que etiquetar; cuando preguntamos antes que juzgar; cuando reconocemos que ninguna democracia puede sostenerse sobre el desprecio mutuo.
En Valiente es Dialogar creemos que la cultura del di??logo debe entenderse como un bien p??blico, una infraestructura c??vica tan esencial como la educaci??n o la salud. Promoverla no es ingenuidad: es realismo democr??tico. Y en ese camino, hacer de la diferencia una oportunidad es quiz?? la tarea m??s urgente y valiente de nuestro tiempo.
MYRIAM M??NDEZ MONTALVO (*)
Raz??n P??blica
* Fundadora de Valiente es Dialogar. M??ster en Administraci??n P??blica y becaria Edward Mason de la Universidad de Harvard.

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